¿Recuerdas tu muñeca u osito de felpa preferido? Entonces sabrás que para un niño una muñeca no es un objeto, sino que en su imaginación puede convertirse en un primer compañero, en un amigo, un hijo, en un segundo yo. Jugar es la forma en la que los niños se aproximan al mundo y los juguetes son, en cierta medida, extensiones de sí mismo. Los pequeños viven, experimentan, sienten y comparten todo lo que les rodea con ese muñeco especial. Se dice, incluso que una muñeca pude albergar un pedacito del alma del niño que ha logrado transmitirla en cada uno de sus abrazos y aventuras. Esta hermosa afirmación se hace particularmente real con las muñecas Waldorf.
¿Por qué preferir las muñecas de trapo?
Los juguetes hechos en serie son de plástico duro, son fríos y limitan la imaginación. Algunas muñecas para niñas pueden ser muy “realistas”, puede llorar, hacer pis y repetir algunas frases robóticas, por lo que parecerá una novedad, pero terminará aburriendo porque no deja lugar a mucho más, mientras que hay otras muñecas que enfatizan la sexualidad de la mujer. Los muñecos, en cambio, para niños suelen ser apologías para la violencia: figuras de acción, soldados y héroes musculosos. No hay espacio para entablar relaciones, para el abrazo y la ternura. No se puede dormir con una muñeca de plástico, no puedes ser el mejor amigo de un soldado. El plástico es helado, rígido, no se siente vivo; y si el juego es una forma de entender el mundo que les rodea ¿qué están aprendiendo los niños de estos juguetes?
Los niños son seres sensoriales, por lo que el tacto es uno de los sentidos fundamentales. Su piel es delicada así que debería estar expuesta a objetos suaves y seguros, con los que puedan interactuar sin temor a romperlos o hacerse daño. Sus juguetes también deberían despertar la necesidad de abrazar, de cuidar, de proteger, de confortar. A diferencia de los muñecos plásticos, una muñeca Waldorf está hecha a mano, a partir de materiales vivos, naturales. Su relleno 100% de lana tiene la particularidad de ser capaz de absorber el calor del cuerpo del niño que le abraza, como si cobrase vida al estar en contacto con su mejor amigo. Sus componentes orgánicos absorben los olores del hogar, mientras que su ropa puede reflejar la cultura y gustos del pequeño, evolucionando y creciendo con él. Una muñeca waldorf se mimetiza con su dueño, refleja su mundo interno de forma que se convierte en un miembro más de la familia.
Muñecas con corazón
Una de las principales quejas de la sociedad moderna es precisamente lo distantes y frías que se han tornado las relaciones interpersonales, hechas y sustentadas a través de pantallas que pueden suponer grandes ventajas, pero que nos han desacostumbrado al contacto humano, al calor corporal. Todos necesitamos relacionarnos de forma física con el mundo y esto lo aprendemos desde la más tierna edad, a través del juego y la forma en la que reflejamos el mundo a través de ellos.
Un juguete ideal es aquel que es capaz de servir como un lienzo para la imaginación del pequeño, es decir, que sirva como medio para plasmar su mundo interno. Las muñecas son cruciales, pues se convierten en las protagonistas de juegos de rol, en los que se adquieren las destrezas para relacionarse con el mundo y las personas. Desde esta perspectiva, las muñecas de trapo Waldorf son perfectas pues poseen características físicas lo suficientemente neutras para estimular el ingenio de los niños. Una muñeca puede estar triste, feliz, preocupada o pensativa, según se requiera. Es el niño quien define cómo debe ser el juego y no el juguete, cosa que ocurre con los juguetes hechos en serie.
Al estar hechos a mano y de forma artesanal, los muñecos waldorf pueden reflejar perfectamente la personalidad del niño. Parecen simples, pero en realidad hay una serenidad increíble que se transmite en sus rasgos faciales, cada detalle está colocado de una forma particular para que el muñeco sea capaz de cobrar vida. Todas y cada una de sus puntadas es esencial, hecha para dotarlos de alma y corazón.